Por Estefany Saucedo
Un día normal de mayo de 2019 navegaba por Facebook cuando, por azares del destino, encontré un post de mi facultad que presentaba la convocatoria de la beca Proyecta 10,000. Cuando leí que era un programa que te permitía estudiar un mes de inglés en Canadá con todos los gastos pagados, no dudé en compartir la información con uno de mis amigos que soñaba con visitar el país del maple. Tristemente, él no contaba con el número de créditos que nos pedían para aplicar, pero me animó a que yo metiera mi solicitud.
Mentalmente, me puse un montón de excusas: «no tengo pasaporte», «no tengo dinero», «nunca he viajado sola», “¿y si no me dan la beca?”. Y también estaba el hecho de que no había contemplado a Canadá como una opción para viajar. Los países de mis sueños siempre habían sido europeos, por lo que las dudas, temores y autosabotajes que rondaron por mi mente terminaron cuando hablé con la persona más sabia que conozco: mi mamá.
Ella me dio el valor que necesitaba para salir de mi zona de confort y me impulsó a experimentar lo que sería la aventura más grande de mi vida hasta el momento, y de la cual, aún conservo muchas lecciones aprendidas así como recuerdos memorables. Todo pasa por algo, porque justamente alguien en Canadá me dijo que todo lo bueno se debe compartir. Así que con una pizca de nostalgia, te contaré algunas lecciones importantes que Vancouver sembró en mi corazón.
1. Paciencia
Siempre he sido una persona muy poco paciente, y realizar cualquier tipo de trámite usualmente me pone de malas. Aplicar para esta beca no fue la excepción, ya que tuve un par de complicaciones para obtener mi pasaporte y pasé por una entrevista en inglés que me puso los nervios de punta. Afortunadamente, una vez procesada la solicitud solo debíamos esperar dos semanas para conocer los resultados. Pero esos 14 días se me hicieron lentísimos, no sé qué habría hecho de tener que esperar un mes o más.
Me sentía como Harry Potter esperando su carta de ingreso a Hogwarts, revisando Gmail cada 15 minutos. Hasta que finalmente, justo cuando me relajé, un correo oficial de la Universidad de British Columbia (UBC) cayó en mi bandeja de entrada. En ese momento entendí que no ganaba nada con entrar en crisis por cosas que estaban fuera de mi control, y desde ese entonces llevé el resto de los trámites con la mayor paciencia posible. Fue difícil, pero aprendí a manejar mejor mis emociones y límites.
2. Inglés
El cursó que tomé fue impartido por la UBC en su instituto de idiomas en Vancouver en junio.agosto de 2019 y tuvo una duración de cuatro semanas. Por supuesto que con sólo un mes de clases no es suficiente para aprender un idioma. Pero gracias a esta experiencia, perdí el miedo a hablar en inglés, desarrollé un poco mis habilidades escritas y también aprendí a no traducir literalmente lo que escuchaba.
Recibí consejos de profesores nativos para mejorar mi pronunciación, conocí a grandes rasgos la historia de Canadá, así como su lado no tan perfecto. Pero lo que más aprecio, es haber conocido la cultura y cotidianeidad de un país angloparlante así como sus habitantes, que siempre fueron muy amables conmigo.
3. Amistad
De grandes gestos de amabilidad nacieron hermosas amistades que aún conservo. Como el chico de Monterrey que me hizo la plática en el avión para que no me diera miedo el despegue. O cuando la chica de China que me encontraba a diario en el autobús cedió su asiento y empezamos a conversar.
Por supuesto que aún hablo de vez en cuando con mis compañeros de clase, quienes me mostraron un lado muy noble de Japón, Tailandia, ambas Coreas y mi querido México. Así como los estudiantes de la UBC que estuvieron a nuestro lado y fomentaron un ambiente de seguridad, comodidad y amistad dentro del campus.
Este viaje me mostró un concepto de amistad más genuina, curiosa y divertida. En dónde la nacionalidad o idioma no importaba, siempre y cuando tuvieras una sonrisa en el rostro.
4. Independencia
Desde que pisé Vancouver el nivel de seguridad que sentí fue impresionante. Eso me permitió tener más confianza de hacer todo por mi cuenta, y aunque pasé mucho tiempo con mis amigos, también lo hice conmigo misma. Este viaje me permitió conocerme realmente ya que escuchaba a mi cuerpo y mente para conocer mis necesidades y cubrirlas yo misma. Fui dueña de mi tiempo, de mis itinerarios, me sentí mucho más responsable, empoderada, capaz y libre.
5. Nunca olvidar de dónde vengo
Siempre he creído que debemos sentirnos muy orgullosos de nuestras raíces, pero no fue hasta que estuve en Vancouver que realmente interioricé esta idea. Gracias a la convivencia diaria, todos logramos mostrar nuestras personalidades construidas gracias a nuestros distintos contextos geográficos e históricos. Y ya sea para bien o para mal, entendí que el ser mexicana me hace quién soy y debo sentirme orgullosa de ello.
Los chicos que íbamos de México siempre recibimos mucho cariño, amistad y positivismo porque era lo que siempre brindamos. El English Language Institute nunca había recibido tantos estudiantes mexicanos juntos, por lo que nuestra efusividad y pasión dejó el nombre de nuestro país en alto de una forma positiva.
Personalmente, Vancouver me enseñó muchas cosas, como la importancia de crear lazos inolvidables y dejar huella dentro de la UBC. Pero sobre todo, me enseñó que nunca debemos olvidar de dónde venimos porque ese puede ser el impulso que necesitamos para seguir en el camino hacia nuestras metas.
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Si eres alumno aún, te animo a perder el miedo y salir del país a estudiar lo que quieras. Tristemente, la beca a la que apliqué se encuentra en pausa debido a la pandemia. Pero si te interesa, te recomiendo estar al pendiente de la página oficial del Gobierno del Estado de México en caso de cualquier actualización.
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Soy Estefany, comunicóloga por la Universidad Nacional Autónoma de México. La cultura, la música y la comida alegran mi vida. Me enamoré de Canadá y los Timbits en 2019, pero también soy amante del Hallyu y he colaborado en medios especializados en cultura asiática.