Por Manuel García
Lunes, 11 de la mañana. Espero sentado en mi coche a Nancy. Está en uno de sus últimos ultrasonidos, en el cual no puedo estar ya que no me dejan entrar al hospital por el Coronavirus. Me llega un mensaje: es ella, me avisa que el próximo 25 de abril alrededor de las 7:30 am me convertiré en papá. Mi cabeza explota por 5 segundos, cambio la ventana del chat, le aviso a mi mamá, respiro. Desde ese momento no puedo pensar en algo diferente, así que espero me perdonen si hoy no logro recomendarles ninguna película, pero en el camino prometo mencionar varias que son de mis favoritas.
Llevamos preparándonos desde el día que nos enteramos, y no me preocupa saber cambiar pañales o bañarla, – no será la primera vez que haga un desmadre en el baño, – pero la responsabilidad de que se convierta en una buena persona (lo que sea que eso signifique) es lo que me quita el sueño. Y es que como padres tenemos que tomar decisiones por ella desde antes de que nazca, inclusive el simple hecho de que llegue a este mundo es una decisión que nosotros tomamos por ella. Traer una nueva vida en un mundo lleno de guerra, hambre, pobreza, desigualdad, ¿es una buena idea? Supongo que los padres de la Segunda Guerra Mundial, de Vietnam, Chernóbil y de Ciudad Juárez llevan ya varias décadas preguntándoselo.
Por eso me encantan las películas: hasta en la realidad más apocalíptica o distópica siempre hay esperanza puesta en el Hobbit más débil de la comarca, en el niño que sobrevivió o en el huérfano millonario que no tenía ninguna necesidad de arriesgar su vida para salvar Ciudad Gótica. Muy pocas veces el fin del mundo realmente es el fin, siempre aparece un superhéroe, un Jedi o hasta el Chapulín Colorado para que nos salve con su astucia. Y hasta cuando sí es el fin, te encuentras a Steve Carell para que sea tu mejor amigo en el fin del mundo.
Nosotros también decidimos que empiece su vida en Toronto. “Es lo mejor para ella”, decimos contantemente, pero ¿realmente lo es? No hay forma de tener una certeza de eso, diario escuchamos historias de éxito, pero también nos encontramos con muchas otras que lo ponen en duda, como cuando mi vecino chileno se tuvo que regresar con su esposa y sus hijos después de haberse gastado todos sus ahorros. Todo es diferente aquí: el sistema medico, la educación, el trabajo; todo lo que le podíamos enseñar sobre cómo lidiar la vida en su niñez, adolescencia o vida adulta sólo aplica para un país donde no vivirá.
Otra de esas decisiones que como padres ya tomamos es su nombre: “Luna”, inspirado en la que a mi gusto es el personaje más noble de la saga de Harry Potter, Luna Lovegood. Siempre intentando hacer el bien, aunque en la escuela no sea la más popular, es la estudiante de Hogwarts que tiene la más increíble capacidad de asombro y de empatía, cualidades que sin duda queremos que sean la base de su personalidad.
Muchas películas me ayudan siempre a encontrar ejemplos perfectos para solucionar problemas del día a día, pero en el caso de la paternidad tengo al ejemplo perfectos en la realidad: mi papá, siempre orgulloso de sus hijos, nos ha demostrado de mil maneras a tomar nuestras propias decisiones, siempre preguntando en qué nos puede apoyar para cumplir nuestras metas. Pocas veces cuestiona y cuando lo hace es sólo cuando su experiencia supera su confianza en nosotros y, aunque a veces a regañadientes, siempre sabemos que tiene razón.
Una de las cosas que más me preocupa sobre que Luna crezca en un país donde no hablan español es que se pueda perder en la traducción todo lo que mis papás puedan enseñarle. Ojalá en el futuro cercano se le pueda poner subtítulos automáticos a las llamadas de FaceTime y esa inteligencia artificial sea lo suficiente inteligente para traducir a mi papá explicando las armonías vocales de Los Beatles, a andar en bicicleta, hacer una súper-torta, tocar guitarra o que siempre puede hablar a Mérida si necesita algo. O en su defecto que Luna en vez de Súper-Torta bajo el brazo traiga unos Polvos Flu, un Traslador o algún otro objeto mágico que la pueda llevar a las playas de Progreso de vez en cuando a comer un taco de pescado frito con mayonesa preparado por su abuela. ¡Cuidado con los huesos, Lunita!
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Fotógrafo y productor audiovisual con experiencia en varios campos, incluyendo trabajo de cámara para cobertura de noticias y deportes, edición de videos, fotografía social y de eventos, publicidad y branding, diseño web, entre otros. Ha trabajado para redes importantes y como productor independiente.
En Toronto, Canadá, ha cubierto los partidos de la semifinal y final de la Liga de Campeones de la CONCACAF 2018, también fue camarógrafo y editor del video de Leilit Hob para Yasmina Ramzy Arts. Ha sido camarógrafo y editor para el Festival SooRyu bajo la dirección de Sashar Zarif. En 2021 hizo el documental «Isolations» para Dance Ontario, y ha estado trabajando en la película de danza «Al-Qamar» para Yasmina Ramzy Arts.